La proverbial sequedad y ensimismamiento de Beckett, reforzados por el papel hosco y huidizo que quiso representar a raíz de la obtención del Nobel, no condicen del todo con su fluida amalgama de amistades
No es frecuente empezar la reseña de un libro por una mención de su traductor; pero, en el caso de esta biografía de Samuel Beckett, el responsable de su versión al castellano fue el recientemente fallecido Miguel Martínez-Lage, Premio Nacional de Traducción e impagable divulgador de la literatura en lengua inglesa en nuestro país. Más allá del necesario homenaje, no parece del todo impropia la mención, porque la primera cuestión que nos plantea la lectura de esta biografía es, precisamente, un problema terminológico, que seguro que mereció más de una cavilación al malogrado traductor. ¿No hubiera sido mejor, en efecto, haber traducido modernist por “vanguardista”, atendiendo al preciso valor que este término tiene en las literaturas anglosajonas, y no por “modernista”, que, como es sabido, designa en castellano un período artístico anterior? La respuesta, el motivo de la decisión finalmente adoptada, posiblemente esté en el texto del propio Anthony Cronin, autor de esta detallada y a ratos, por qué no decirlo, prolija biografía.